ago 16, 2022
“La mirada del adolescente contiene tanto desencanto, dolor y rechazo que somos incapaces de sostenerla.”
Que tu hijo te odie durante su adolescencia no es nada personal.
Esta etapa es una crisis tanto para el adolescente como para sus padres. Hay un duelo en el aire. El niño pierde su infancia y el padre pierde al niño. Se acaba una etapa que nunca volverá. El adolescente necesita imperiosamente que se acabe, y nosotros, desesperados, intentamos que no ocurra.
Padres e hijos nos miramos en el espejo con recelo. Ninguno nos reconocemos en el reflejo. Cada uno vivimos nuestra crisis.
Hay cientos de libros sobre la adolescencia, sobre sus necesidades, sobre sus emociones, sobre sus cambios… ¿Y para nosotros?
Alertados los llevamos al psicólogo, a un coach, a un exorcista...Pedimos ayuda inmediatamente.
Pero ¿quién nos ayuda a nosotros?
Esperamos que ellos cambien y que todo pase, pero no es suficiente. Nosotros también estamos sufriendo como padres y nos sentimos tan perdidos como ellos. También necesitamos ayuda, incluso más ayuda que ellos.
¿Cómo puedo enfrentarme a esto? ¿Qué necesito yo? ¿Cómo puedo trabajar mis miedos? ¿Cómo puedo ser un modelo? ¿Qué me duele realmente? ¿Prefiero ser feliz o tener razón? ¿Son razonables mis demandas y peticiones? ¿Cómo me siento cuando mi hijo desafía mi autoridad? ¿Cómo quiero ejercer mi autoridad o poder ante el adolescente?
Ellos sólo viven el momento presente, sólo miran sus cuerpos cambiantes, distintos. Sólo tienen ojos para sus vidas, sus emociones y su círculo de amigos. Sólo hay tiempo para demostrar que ya no son niños. Nuestro miedo les apaga. Nuestra sola presencia les recuerda que les estamos protegiendo. Ahora el nido les sobra, ahora quieren volar.
No es nada personal. Somos la autoridad y la protección que les impide ser ellos mismos.
Cada uno lleva su dolor, cada uno tiene sus motivos. Pero nosotros somos los adultos. Somos nosotros quienes debemos poner la madurez en esta receta. No basta un puñetazo en la mesa. Toca poner cordura y corazón. Toca aceptar y proteger, empatizar y arropar. Toca seguir amando a un nuevo ser que nos odia repentina e injustificadamente.
No a todos los adolescentes les duele lo mismo. Pero si algo sabemos a ciencia cierta es que hay dolor en sus ojos, en su mirada hacia el mundo. Deben odiarnos para poder volar, para dejar el nido. Deben desafiarnos para medir sus fuerzas. Deben exigir libertad. Es su obligación rebelarse, es su obligación cambiar.
¿Y cual es nuestra obligación?
La mayoría de las veces les miramos desconcertados y enfadados. Ya no están bajo nuestro control y eso nos da pánico. Ya no somos sus héroes, y eso nos destroza y nos confunde. El superhéroe que fuimos ha muerto. Vivimos una crisis de identidad: ¿Quién soy yo ahora? ¿Ya no soy competente? ¿Ya no soy útil?
Hay que cuestionar los miedos, hay que desdramatizar, hay que ser más conscientes de nuestro poder.
¿Qué quiero que ocurra con mi hijo? ¿Por qué? ¿Qué necesidad mía estoy proyectando en él? ¿Qué miedos míos le estoy vertiendo? ¿Cómo le ayuda que le esté atemorizando? ¿De qué otro modo le podría ayudar?
Si bien es cierto que en la etapa de la adolescencia no tememos a nada, también es cierto que debemos entender que el mundo no es un lugar que temer. Hay que confiar en uno mismo, y eso sólo se hace en un entorno familiar en el que valoramos a nuestro hijo, en el que potenciamos su autonomía, creemos en él y en sus capacidades.
El deber de tu hijo es odiarte, el tuyo no. El tuyo es sostenerle y ser un ejemplo. El tuyo es ser un modelo y un maestro de vida. Es tu obligación resolver los conflictos con calma y cordura. No podemos comportarnos como niños. Ese lujo está fuera de nuestro alcance por el momento. Debemos ser ejemplo, y debemos ser amor, aunque nos odien.
Es pasajero.
Aguanta. Observa, mira más allá de tu miedo y tu ego. Se valiente y mantén la mirada de tu hijo. En ella verás muchas emociones diferentes, verás miedo, necesidad de libertad y aceptación de su grupo, necesidad de amor. En ella verás vida.
Sostén su mirada, sostén su mano.
Aún te necesita, aunque te diga lo contrario.
Vive su crisis y la tuya, y crecerás como persona. Aprenderás a amar y a acompañar, a aceptar los cambios, a agradecer.
Lo único permanente es el cambio. Tu hijo cambia, y tú también. Que nuestros hijos sean nuestro espejo. Que aprendamos a ver más allá y a quedarnos allí donde más duele: en sus ojos.
“La mirada del adolescente contiene tanto desencanto, dolor y rechazo que somos incapaces de sostenerla.”
En sus ojos está la vida. No juzgues. Quédate en ellos.
Tu hijo necesita a quién mirar.
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