mar 31, 2022
La queja muchas veces es acogedora ¿Por qué no reconocerlo?
Generalmente el quejarse suele conllevar un victimismo dulce que traslada la responsabilidad de nuestro dolor a otros.
Y ahí va... como flotando en un río en dirección a algún lugar lejos de nosotros.
¡Y esas caras! Las que sostienen el reiterado acto de quejarse; son amargas, secas. Tienen una mueca eterna que duele ver. Se queda esa mueca muerta en nuestro gesto como si fuese un lunar, ese lunar cerca de los labios que todos miran. ¿No son los labios y los ojos las columnas de nuestro espejo?
¡Ay, esos labios entre rejas!
¡Ay, esos ojos doloridos!.
¿Y dónde la risa de la belleza?
¿Quién busca lo irritante de un rostro?
Se pierden el asombro y la esperanza entre pestañas grises. Se pierden el ímpetu y el cambio entre las comisuras. Van desvaneciéndose con el gesto, desintegrándose, fulminándose…
¡Allá van! Al pozo de un gesto sombrío.
Esa mueca eterna de perpetuo odioso, del alma en pena que acapara. Esa mueca eterna de vencido, de acabado, de victima que espera, espera, y espera que todo cambie solo.
Esa mueca eterna que desespera, desespera, desespera.
Y que acaba sola en su culpable gesto.
Fotografia: Mara Saiz