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¿La rabia sólo quema o también impulsa?
¡Cuántas decisiones importantes hemos tomado en nuestra vida dando un puñetazo en la mesa! Esa última gota que colma el vaso, esa leve gota, esa endeble e inofensiva gota ha sido motor de cambios drásticos y definitivos. “Nunca más, hasta aquí, se acabó…”, y gracias a esa rabia caliente y determinante hemos avanzado y crecido.
Cuando trabajamos con las emociones, lo que hacemos es aceptarlas y escucharlas. Todas sirven, todas nos señalan un camino a seguir o un camino que dejar. Cuando evitamos el conflicto y reprimimos la ira, dejamos de observar su consejo; y, créeme, todas las emociones, todas, son sabias consejeras.
La rabia nos sirve para poner límites, para respetarnos y ayudar a otras personas a ser respetadas, para reivindicar nuestros derechos, para defender a nuestros hijos, etc.
La rabia nos sirve para incomodarnos, para alumbrar nuestra dejadez, nuestra desilusión, nuestra desidia. La rabia nos sirve para devolvernos la dignidad, para reflejar nuestro gran valor y legitimarnos.
Tantas veces nos acabamos de inanición de valentía…
La rabia nos impulsa, nos ayuda a entrar en acción, a dejar de esperar que los demás nos solucionen la vida, a abandonar el papel de víctima, a empoderarnos.
Adrenalina y cortisol envolviendo tu alma…
¡Qué necesario es, de vez en cuando!  Bien gestionado, claro…
Acuna tu rabia, escucha a tu rabia, asume tu rabia, y que te sirva como impulso y como maestra.
La sumisión puede ocasionar resentimiento y reprimir la ira genera una tristeza inútil.

Muchas veces un puñetazo en la mesa es necesario para comerte el mundo.

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